Nuestro Carisma
Fruto de una experiencia provocada por el Espíritu
A la luz de esta teología de los carismas podemos hablar ahora de los carismas fundacionales o congregacionales. Es decir, de los carismas que son recibidos por personas concretas pero que son entregados para la difusión, carismas que van a irradiarse en la comunidad y que despertarán la conciencia de identificación con ellos, en otras personas.
Sin
pretender una definición sino más bien una descripción, habría que decir que un
carisma congregacional es una forma de modular el misterio cristiano. Es decir,
es una manera particular de explicitar algo de la plenitud del misterio cristiano
en el tiempo y el espacio. Y aquí habría que recordar que la actitud primera
del fundador o fundadora no es la de maestro-maestra de su congregación, sino
la de discípulo-discípula de Jesús.
Cuando
hablamos de los y las fundadoras de familias religiosas, hay que recalcar que
nos referimos a personas que recibieron carismas del Espíritu en orden a una
misión eclesial, en estrecha relación con las circunstancias históricas y las
necesidades de la Iglesia. En la vida del fundador o fundadora se halla en germen
el carisma fundacional.
Todo lo
atribuido a los carismas ha sido vivido por los fundadores y fundadoras:
· Una entrega fiel al carisma que los ha santificado,
· Una vida evangélica y llena de confianza en el
Señor que los llamaba,
·Tensiones a veces crucificantes con la misma
autoridad religiosa,
·Profundización en el Evangelio acentuando aspectos
hasta entonces ignorados o desconocidos,
·Dimensión universal de su misión.
Ahora bien, ¿cómo
recibe esta persona, que hoy llamamos fundador o fundadora, el carisma?
El Espíritu
se hace presente en la historia de la humanidad gracias a la apertura a Dios y
a la disposición interior de una persona de esa historia, y desencadena una
experiencia espiritual en ella. Esta experiencia es decisiva en la vida de la
persona y orienta toda su existencia posterior en dirección de lo único y del
Único.
En realidad
esta es una experiencia indefinible, por ser una experiencia “fuente” u origen,
se describe, más bien, en sus efectos. Es de carácter totalizante ya que abarca
al ser humano entero: sensibilidad, inteligencia y proyecto. Vincula al “centro
personal”, es decir, la persona se siente alcanzada en su subjetividad más
honda. Con todo, no se mide por la carga de intensidad psicológica con que a
veces se da, sino por el cambio radical de sentido que da a la existencia.
Esta
experiencia da inicio a un camino de conversión, es decir, impulsa a la persona
a transformar profundamente su vida hacia el modelo de humanidad nueva que es
Jesús, de esta manera es evidente que implica una respuesta comprometida a
Dios, y una opción consciente, responsable y progresiva por Él.
Es
importante aclarar que esta experiencia, aunque puntual en su origen, es en
realidad progresiva en el desarrollo de toda su potencialidad, y en su misma
asimilación.
En el
proceso que inicia a partir de esta experiencia espiritual fundamental, la
persona va avanzando en una relación con Dios que se va convirtiendo en la más
importante de su existencia, algo así como un nudo que amarra todas las demás
relaciones. Por medio de esta relación de intimidad Dios se va entregando a la
persona y la va capacitando para entenderlo de un modo determinado, es decir,
ella va captando el ser de Dios con unos matices particulares que se convierten
en mensaje para la humanidad.
Esto
significa que la persona va adquiriendo capacidad para captar a Dios a través
de la vivencia conjunta con él, de la asociación con él en el diario vivir, de
tal forma que lo que la persona llega a saber de Dios es, sobre todo,
consecuencia de su íntima relación.
Esta
experiencia dispone a la persona a la receptividad a la palabra de Dios, pero
también a la receptividad a su presencia. La presencia y el sentir de Dios le
hablan a través de su realidad. Esta receptividad puede describirse como una
fuerte capacidad intuitiva, es decir, como la capacidad de acoger certezas
claras e inmediatas que surgen en el interior, y que no se perciben como
productos exclusivos de la propia elaboración mental, sino que se descubren
como frutos de una creación en colaboración entre Dios y uno mismo(a). Es así
que la persona va profundizando en su entendimiento de Dios a través de la
reflexión de su palabra, y de la contemplación intuitiva del mundo circundante.
De acuerdo
a lo anterior, la persona que va descubriendo y entendiendo a Dios se da cuenta
de que Dios guarda una relación personal e íntima con el mundo. Él no sólo
ordena y espera obediencia, sino que también se ve interesado y, en cierta
forma, afectado por lo que pasa en el mundo, y reacciona de acuerdo a ello. El
Dios de Jesús es un Dios que ama, es un Dios cercano al ser humano y preocupado
por él. No es un Dios que sólo gobierna al mundo con la majestuosidad de su
poder y sabiduría, sino que reacciona en forma íntima a los hechos históricos.
Resumiendo
podemos decir que lo que hemos explicado como una experiencia fundamental de
Dios en una persona, abre un proceso de relación entre Dios y ese ser humano
que le permite a éste avanzar en un entendimiento particular de Dios, el cual
le lleva –como en un solo movimiento- a escucharlo dentro de su realidad y a
encontrarlo implicado en ella. Todo esto va configurando ya un carisma.
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