Fundadora
CLAUDINA THÉVENET, la segunda de una familia de siete hijos, nace en Lyon el 30 de marzo de 1774. » Glady «, como se la llama familiarmente, ejerce muy pronto una bienhechora influencia sobre sus hermanos y hermanas porque su bondad, delicadeza y olvido propio la llevan a complacer siempre a los demás.
Tiene 15
años cuando estalla la Revolución Francesa. En 1793 vive las horas trágicas del
asedio de Lyon por las fuerzas gubernamentales y, en enero de 1794, llena de
horror y de impotencia, asiste a la ejecución de sus hermanos, condenados a
muerte por represalia, después de la caída de la ciudad. Sus últimas palabras:
«Perdona, Glady, como nosotros perdonamos» las hace muy suyas, las graba en su
corazón y la marcan profundamente dando nuevo sentido a su vida. En adelante se
dedicará a socorrer las innumerables miserias que la Revolución había
producido. Para Claudina, la causa principal del sufrimiento del pueblo era la
ignorancia de Dios y esto despierta en ella un gran deseo de darlo a conocer a
todos. Niños y jóvenes atraen principalmente su celo apostólico y arde por
hacer conocer y amar a Jesús y a María.
El
encuentro con un santo sacerdote, el Padre Andrés Coindre, le ayudará a conocer
la voluntad de Dios sobre ella y será decisivo en la orientación de su vida. En
el atrio de la iglesia de San Nizier, el Padre Coindre había encontrado dos
niñas pequeñas abandonadas y temblando de frío. Las condujo a Claudina quien no
vaciló en ocuparse de ellas.
La
compasión y el amor hacia las niñas abandonadas son el origen de la Providencia
de San Bruno en Lyon (1815). Algunas compañeras se unen a Claudina. Se reúnen
en Asociación. Elaboran y experimentan un Reglamento y pronto la eligen como
Presidenta.
El 31 de
julio de 1818 el Señor se deja oír por la voz del Padre Coindre: «hay que
formar una comunidad. Dios te ha elegido» dijo a Claudina. Y así, el 6 de
octubre de ese mismo año, se funda la Congregación de Religiosas de
Jesús-María, en Pierres-Plantées, sobre la colina de la Croix Rousse. En 1820
la naciente Congregación se instalará en Fourviére (frente al célebre
santuario) en un terreno adquirido a la familia Jaricot. En 1823 obtiene la
aprobación canónica para la Diócesis del Puy y en 1825 para la de Lyon.
El fin
inicial del joven Instituto era recoger las niñas pobres hasta los 20 años de
edad. Se las enseñaba un empleo y los conocimientos propios de la escuela
primaria, todo ello desde una sólida formación religiosa y moral. Pero querían
hacer más, y Claudina y sus hermanas abrieron también sus corazones a niñas de
clases acomodadas construyendo para ellas un pensionado. El fin apostólico de
la Congregación será pues, la educación cristiana de todas las clases sociales
con una preferencia por las niñas y jóvenes, y entre ellas, las más pobres.
Los dos
tipos de obras se desarrollan simultáneamente a pesar de las pruebas que
acompañarán a la Fundadora a lo largo de los últimos doce años de su
peregrinación en esta tierra: la muerte dolorosamente repentina del Padre
Coindre (1826) y de las primeras hermanas (1828); la tenacidad para impedir la
fusión de su Congregación con otra también recién fundada; los movimientos
revolucionarios de Lyon en 1831 y 1834 con todas las consecuencias que debieron
sufrir los habitantes de Fourviére, por ser la colina punto estratégico de los
dos bandos antagónicos.
El insigne
valor de la Fundadora no se deja intimidar por la adversidad, al contrario,
emprende con audacia nuevas construcciones, entre ellas la de la Capilla de la
Casa Madre, al mismo tiempo que se entrega a la redacción de las Constituciones
de la Congregación. Las estaba ultimando cuando, a sus 63 años, la muerte llamó
a su puerta. Era el 3 de febrero de 1837.
«Hacer
todas las cosas con el único deseo de agradar a Dios» fue el hilo conductor de
toda su vida. Esta búsqueda constante de la voluntad de Dios, «llevar una vida
digna del Señor agradándole en todo», le dio una fina sensibilidad para leer
los signos de los tiempos, discernir los designios de Dios sobre ella y dar una
respuesta íntegra y total. Ese camino le ha merecido «compartir la suerte de
los santos en la Luz» (Col. 1, 10-11).
«Encontrar
a Dios en todas las cosas y todas las cosas en Dios» es vivir en espíritu de
alabanza. En un mundo en que está demasiado ausente la esperanza, redescubrir
la bondad del Creador, presente en la creación y en las personas, reafirma el
sentido de vivir e invita a la acción de gracias. Claudina hizo de su vida
religiosa apostólica «un himno de gloria al Señor». Sus últimas palabras: «Qué
bueno es Dios» fueron la exclamación admirativa de la bondad de Dios que había
sabido descubrir aún en los momentos más dolorosos de su vida.
Claudina
imprimió en su Congregación su fuerte personalidad. Dotada de una grandeza de
alma poco común, de prudente inteligencia y buena organización, fue, sobre
todo, una mujer de gran corazón. Y quería que sus hijas fueran verdaderas
madres de las niñas confiadas a su cuidado: «Es necesario ser madres de las
niñas – les decía – sí, verdaderas madres, tanto del alma como del cuerpo».
Ninguna parcialidad, ninguna preferencia, «las únicas que os permito son para
las más pobres, las más miserables, las que tienen más defectos. A estas sí,
amadlas mucho».
La solidez
de una construcción se revela al paso del tiempo. Cinco años apenas de la
muerte de la Fundadora sus hijas llegaban a la India (1842). En 1850 entran en
España y en 1855 van al Nuevo Mundo, a Canadá.
175 años
después de la fundación de la Congregación, son más de mil ochocientos las
Religiosas de Jesús-María repartidas hoy en ciento ochenta comunidades por los
cinco continentes. Todas acogen con grande gozo y gratitud la canonización de
esta humilde y generosa hija de Francia que el Señor escogió para hacerla su
Fundadora.
No hay comentarios:
Publicar un comentario